sábado, 21 de junio de 2008

Segundo tipo de "iglesia": La Iglesia - Coto de caza o iglesia - Feudo.



También se le puede conocer como “Iglesia – feudo” o “Iglesia – corte real”. Un coto de caza es una extensión de terreno (bosque, llanura, montaña, etc.), propiedad privada de algún magnate, que encierra numerosos animales, destinados a ser cazados, ya sea para alimento o como simple deporte. El feudo, entre otros significados, era el territorio que correspondía a un señor feudal y era, a la vez, la relación de vasallaje entre él y sus subordinados, los cuales le debían obediencia absoluta. La corte real es el conjunto de personas que habitualmente acompañan a un rey, el cual tiene muchas veces poder absoluto sobre ellas.

La característica más destacada de este tipo de “iglesia” (llámese congregación local, denominación, grupo sectario, institución cristiana, etc.) es que la misma se convierte en la propiedad privada de un líder o pequeño grupo de líderes, que gobiernan sobre la feligresía mediante la manipulación, la coacción y el temor.

El autoritarismo es el rasgo más destacado de la personalidad de los que están al frente de la misma. No pueden ser cuestionados en lo más mínimo, ni en sus personas, ni en sus enseñanzas y predicaciones, ni en sus decisiones, aunque sean desacertadas y aún contrarias a la Palabra de Dios. Todo intento de señalar lo que anda mal es tomado como “rebelión en contra de la autoridad establecida por Dios”. Sus deseos son órdenes. Todos los que integran la institución están al tanto hasta de los más mínimos caprichos del “siervo” (léase de aquí en adelante: pseudoapóstol, pseudopastor, pseudolíder de organización eclesiástica, etc.). Algunos tienen un carácter irascible. Sus terribles enojos, sus explosiones de cólera, sus gritos, infunden temor sobre los que le rodean los cuales tratan de “portarse bien”, para no hacerlo enojar, y aceptan de mejor o peor grado sus palabras y acciones prepotentes, autoritarias y frecuentemente arbitrarias.

En torno a la figura del líder, muchas veces, medran personalidades torcidas, que verticalmente hacia arriba se someten servilmente al “siervo”; verticalmente hacia abajo, ejercen un autoritarismo copiado del “siervo”; y horizontalmente, en relación con sus iguales, desarrollan celos, envidias, contiendas y competencia desleal, para ganarse la atención del “siervo”, y los beneficios que de ello se derivan.

Las finanzas de la iglesia o institución son manejadas a discreción del liderazgo. Los miembros no tienen conocimiento real de los trasiegos que se hace con el dinero. En muchas ocasiones, los fondos son destinados a usos privados. Esta práctica se realiza con diferentes grados de refinamiento. En ocasiones, el mal manejo de los fondos es visible; en otras, se recurre a las argucias de la jurisprudencia, para dar un marco y fachada legal a las operaciones poco éticas que se realizan con el dinero. No estamos hablando aquí del salario digno que establece la Biblia para los que sirven al Señor. No estamos hablando aquí de la inversión que se realiza para la evangelización y el discipulado. No estamos hablando aquí de actividades de carácter social en pro de los pobres, los necesitados y los enfermos. Estamos refiriéndonos a la compra de propiedades a nombre de la “obra” o de la institución que, en definitiva, son para el uso privado del líder y de los miembros de su entorno más cercano. En ciertos países, esas propiedades son exoneradas de pagar impuestos, por el simple hecho de aparecer legalmente como propiedad de una organización religiosa. Estamos refiriéndonos al uso de tarjetas de crédito de la institución para fines personales de los líderes. Estamos refiriéndonos, inclusive, a los beneficios privados que se extienden a familiares y amigos de aquellos, muchos de los cuales no forman parte del ministerio o, si lo son, no es por llamado de Dios, sino por nepotismo.

Para sostener el aparato burocrático, y los desmedidos gastos de esa “corte real” y su “rey”, se recurren a diferentes métodos:

Primero, manipulación psicológica y pseudoespiritualista de los feligreses, coacción, amenazas más o menos veladas. Por ejemplo: públicamente se señala a los “generosos”, y se hace sentir mal a aquellos que no pueden dar mucho.

Segundo, desarrollo de un sistema mercantil paralelo a las actividades normales de iglesia. No estamos hablando aquí de la celebración de determinados eventos para recaudar fondos necesarios para proyectos de una congregación. Una iglesia sana que se proyecta a hacer la obra de Dios, requiere de recursos materiales para ejecutar sus planes. Cuando los ingresos normales de la iglesia o institución (diezmos, ofrendas, donaciones), no son suficientes, debido al reducido número de sus miembros, o a su bajo poder adquisitivo, es perfectamente comprensible que todos, líderes y feligreses, dirijan sus esfuerzos a recaudar fondos, usando los medios éticos y legales existentes. A lo que estamos haciendo referencia aquí, cuando hablamos del “desarrollo de un sistema mercantilista”, es al impulso organizado de un sistema (valga la redundancia) de adquisición de fondos, en el que se recurre a diversos métodos (muchas veces legales, pero no éticos), y en el que los feligreses se ven obligados compulsivamente a envolverse, ya sea por la compra o por la venta de los variados “productos” ofrecidos por la institución. En muchas ocasiones, ese mercantilismo opaca totalmente el espíritu original de trabajar para la obra de Dios, el cual es sustituido por un espíritu de competencia, en el que se hace las actividades requeridas, para quedar bien con los líderes, para no perder las “bendiciones”, etc., etc., etc.


Los rasgos de este tipo de “iglesia” pueden aparecer asociados con los de otras “iglesias”, como la vista en la reflexión anterior: La Iglesia – pecera.; o la que analizaremos en la próxima semana: La Iglesia – empresa.


Alba Llanes. Apuntes para la conferencia "¿Iglesia posmoderna o iglesia bíblica?" (EDICI: Rancho Cucamonga, CA, 2008).

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