Cuatro son los verbos griegos empleados en el Nuevo Testamento, que frecuentemente se traducen como “perdonar”. Cada uno de ellos describe un aspecto del perdón, y arroja luz sobre todo lo que implica esta acción tan propia de Dios, y tan demandada a los hombres.
El primer verbo es afÍemi. La idea central transmitida por los varios significados del mismo, en lo que a perdón se refiere, es: “pasar por alto, no hacer caso”. Es la idea implícita en las palabras de Jehová a Moisés, cuando le dio las instrucciones respecto de la celebración de la Pascua en Egipto: “Yo veré la sangre, y pasaré por alto” (Éxodo 12:23). Cuando el Señor Jesús enseñó a orar a sus discípulos, empleó esta palabra: “… y perdónanos (afíemi: pasa por alto, no hagas caso de) nuestras deudas, como también nosotros perdonamos (afíemi) (pasamos por alto, no hacemos caso) a nuestros deudores” (Mateo 6:12,14,15). Pedro le preguntó: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré (afíemi) a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?”. La respuesta del maestro fue definitiva:”No te digo hasta siete, sino aún hasta setenta veces siete” (Mateo 18: 21,22). Afíemi fue el verbo que también usó Jesús en la cruz, cuando dijo: “Padre, perdónalos (pásales por alto) porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:24).
Dios pasa por alto nuestras palabras ligeras, nuestros exabruptos, nuestras acciones rebeldes, cuando le pedimos perdón. Lo hace porque nos mira a través de la sangre de Su Hijo, la cual nos cubre (Cristo es la propiciación o cubierta por nuestros pecados). Él “ve la sangre y pasa por alto”. El Señor hace esto porque nos tiene paciencia. Esta es la palabra clave para este aspecto del perdón. En la parábola de los dos deudores que sigue a la respuesta de Jesús a Pedro, encontramos que el primero de los dos dijo a su señor: “Ten paciencia conmigo y yo te pagaré todo” (Mateo 18:26). La acción del amo fue: “Entonces este le soltó y le perdonó (afíemi) la deuda” (Mateo 18:27).
Dios espera que nosotros obremos como Él: que pasemos por alto las ofensas, que ejercitemos la paciencia para con nuestros hermanos, y que los miremos como Él nos ve: a través de la sangre de Jesucristo que los cubre, y que los enlaza fraternalmente a nosotros.
El segundo verbo es charidsomai que, entre otras cosas, significa: “conceder una gracia, dar libre o generosamente, conceder perdón”. Involucra la idea de dar perdón por gracia, generosamente, no porque la otra persona haya hecho algo para merecer ese amor. El otro no tiene absolutamente nada para ofrecerme, pero igualmente le concedo el perdón. Colosenses 3:12 es uno de los pasajes en el que la palabra “perdón” es la traducción de charidsomai.
Las claves de este aspecto son la generosidad, la benignidad y la misericordia. Cuando Jesús fue cuestionado por Simón el fariseo, a causa de su actitud hacia la mujer pecadora, narró una pequeña parábola referida a dos deudores (Lucas 7:42,43). Estos no tenían con qué pagar en manera alguna la deuda, pero hallaron gracia ante los ojos del acreedor, el cual perdonó lo que ellos le debían.
No tenemos que pagarle a Dios nuestras deudas de pecado, porque Él nos concede el perdón por gracia, y “gracia” es “favor inmerecido”. Muchas personas que pueden habernos dañado u ofendido de mil formas diferentes, no pueden ni podrán nunca resarcir el daño. Charidsomai es el perdón que hemos de ofrecerle, por gracia y generosidad.
Apolúo es el tercer verbo que describe otro aspecto del perdón. Es una palabra con diferentes significados, inclusive antagónicos. Aunque en primera instancia significa “destruir” (de ahí se deriva el nombre apocalíptico de Apolión”), sin embargo en algunos pasajes bíblicos es empleada en el contexto de perdón, con un significado que, en el diccionario griego aparece como secundario. En este caso se traduce como “soltar, absolver, liberar”.
En la parábola de los dos deudores, de Mateo 18, encontramos que aquel señor soltó (apolúo) y perdonó (afíemi) al que le debía. No sólo perdonó la deuda, sino que permitió que el otro se fuera en libertad. Hay una idea implícita en este aspecto del perdón: es la idea de alejar y separar de uno mismo, de despedir, de cortar la ligadura espiritual que une al ofendido con el ofensor. Mientras no perdonamos, tenemos a la otra persona “agarrada por el cuello”. Estamos como uno de los deudores de esta parábola, con el otro que le debía, que “asiendo de él le ahogaba, diciendo: págame lo que me debes” (Mateo 18:28).Mientras no perdonamos, tenemos al ofensor en la cárcel del sufrimiento (Mateo 18:28) y de la falta de restauración. En Lucas 6:37, leemos: “No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad (apolúo: soltad, liberad) y seréis perdonados (apolúo: soltados, liberados).
Hay una trampa en la falta de perdón: no sólo el ofensor está aprisionado, encadenado, sino el ofendido. Ambos están atados, como marionetas, a los extremos de la cuerda del odio, del resentimiento, del rencor y la amargura. En medio, Satanás y sus demonios, manipulándolos.
El último verbo es dídomi. Sus significados principales son: “dar, ofrecer, conceder, otorgar, entregar, perdonar”. Aunque este término se emplea en otros pasajes para describir la acción de dar cualquier cosa, en Lucas 6:38, está en un contexto de juicio y perdón (ver versículos 37, 39 y 42). “Dad (dídomi), y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís os volverán a medir”. Este texto específicamente no habla de ofrendar. Tanto el contexto escritural como el pasaje paralelo de Mateo 7:1-5, indican claramente que se refiere a “dar juicio” (juzgar y condenar), o a dar, otorgar, entregar perdón.
Si en el versículo 37, la idea de perdón (apolúo) es liberar y soltar, en el 38, la idea es otorgar y conceder. Esta acción implica renunciación. Cuando damos algo, estamos renunciando a nuestros intereses, a lo que creemos que nos corresponde. Cuando damos perdón (dídomi), estamos renunciando al resarcimiento que podríamos merecer por parte del ofensor, y estamos otorgando la restauración y rehabilitación del deudor.
El versículo 38 nos dice que, en la medida que perdonemos, así recibiremos perdón. Pero también, tanto el contexto escritural como el pasaje paralelo citado más arriba, nos indican que si damos juicio y condenación con medida apretada, remecida y rebosante, recibiremos la misma proporción de juicio y condenación.
Paciencia, gracia, misericordia, generosidad, liberación, renunciación, son actitudes claves en el acto de perdonar. Pero por debajo y por encima, a un lado y a otro, envolviéndolo todo en un manto divino, está el amor. Este es el infinito sentimiento que llevó al Padre a entregar a Su Hijo para que, muriendo, obtuviese el perdón de nuestros pecados. Este fue el infinito sentimiento que llevó a Jesús a dejar Su trono de gloria, y humillarse hasta lo sumo, para morir por nosotros y perdonarnos.
¿Se ha puesto usted a pensar en lo que significa la humillación de Jesús, descrita por el apóstol Pablo en Filipenses 2? Antes de ir a la cruz, Cristo oró:”Ahora, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5).¿Cuál fue la gloria a la que renunció Jesús por amor? Era la gloria del Sinaí (Éxodo 19:16.20), y la del tabernáculo (Éxodo 40:34,35). Era la gloria que llenó el templo de Salomón (2 Crónicas 7:1-3), y la que vieron Job y sus amigos (Job 37:21-24,38). Era la gloria de Dios en la hermosura de Su santidad, descrita en Isaías 6, y la gloria de Dios en juicio, que encontramos en Ezequiel capítulos 1 y 10. Esa gloria infinita y eterna, inefable, majestuosa hasta lo sumo, abandonó Jesús para morir por nosotros y perdonarnos. Y lo hizo por amor.
¿Tanto nos cuesta renunciar a nuestras hilachas de orgullo, a nuestros andrajos de intereses personales, para perdonar? El Siervo Sufriente del Calvario nos recuerda que no hay nada tan inmenso como Su Gloria, a lo que no podamos renunciar para perdonar por amor.
Llanes, Alba. Puerto Madryn, Chubut. 1999. (EDICI: Rancho Cucamonga, CA, 2008).
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