jueves, 24 de enero de 2008

Hacia un concepto integral de Educación Cristiana.

Nuestro accionar está cimentado en conceptos que desarrollamos acerca de las cosas. Esto es aplicable a nuestro quehacer como educadores cristianos. Por tanto, un concepto abarcador e integral de la Educación Cristiana, debe ser un punto de partida para el desempeño eficaz de nuestro ministerio.

Para construir tal tipo de definición, debemos tener en cuenta que la Educación Cristiana es un proceso, o sea, una serie de acciones ordenadas y sistemáticas que promueven cambios y transformaciones, en la vida del creyente en particular, y de la Iglesia en general, y que tienen como meta el crecimiento del cristiano “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”, y la edificación de la Iglesia como cuerpo de Cristo (Ef. 4:12, 13). Como proceso, es polifásico, o sea, se desarrolla en fases sucesivas que dependen del grado de madurez de alumno, y del grado de complejidad del contenido que se va a transmitir. También es polifacético, porque abarca integralmente todas las facetas de la vida cristiana.

Diez son los factores que caracterizan al proceso educativo cristiano:

Primero, NECESIDAD. La Educación Cristiana es un proceso necesario. No se concibe el crecimiento consistente y la fructificación eficaz de la vida cristiana personal y eclesial, sin un conocimiento sólido, profundo y experimental de la Palabra de Dios. La Educación Cristiana provee a la Iglesia, como cuerpo de Cristo, y al creyente como miembro de ese cuerpo, los alimentos necesarios para su nutrición; provee a la Iglesia, como “casa espiritual”, y al creyente como “piedra viva” en el edificio de Dios, el fundamento sólido para la edificación; provee a la Iglesia como “columna y baluarte de la verdad”, y al creyente como defensor ardiente de la fe, herramientas espirituales para tal defensa.

Segundo, PERMANENCIA. Es un proceso permanente. Desde el punto de vista “biográfico”, comienza desde el mismo momento en que la persona es introducida a la comunión con Dios hasta su partida de este mundo. Desde el punto de vista “histórico”, se lleva a cabo en la vida de la Iglesia, tanto universal, como local, desde su nacimiento hasta su encuentro con Cristo, en Gloria.

Tercero, SISTEMATICIDAD. Como proceso sistemático, constituye un conjunto de principios, reglas, contenidos, aspectos y actuaciones coordinados y relacionados ordenadamente entre sí, que tienen un fin determinado. En otras palabras, ella debe estar organizada y perfectamente estructurada para lograr el objetivo de edificar al creyente y a la Iglesia, y de consolidar el Reino de Dios.

Cuarto, DINAMISMO. Es un proceso dinámico. En relación con su propia naturaleza, se va adaptando a los cambios históricos y a las circunstancias socioculturales, sin perder la esencia de la Fe cristiana. En relación con el creyente, provoca transformaciones profundas y positivas en la vida de este.

Quinto ACUMULACIÓN. El proceso educativo es acumulativo. Recoge las múltiples experiencias tanto metodológicas como espirituales para transmitirlas de una generación a otra, en la vida de la Iglesia, y de una etapa a otra, en la vida del creyente.

Sexto, HETERONOMÍA. Hablar de la Educación Cristiana como proceso heterónomo, significa que ella requiere de la presencia de personas que transmitan los contenidos teóricos y prácticos de la Fe cristiana al alumno. En otras palabras, requiere de un maestro que enseñe la Palabra de Dios, y que instruya al creyente en la Voluntad del Señor. Este aspecto del proceso está relacionado con uno de los significados originales de la palabra "educación": educare. La patícula "ei" que se conserva en la primera "e", indica un ovimiento de afuera hacia adentro, un introducir algo dentro de una cosa. La heteronomía describe el fenómeno de la enseñanza dentro del proceso educativo, como la acción de introducir dentro del alumno los contenidos educativos.

Séptimo, AUTONOMÍA. La Educación Cristiana es, a su vez, un proceso autónomo. Con esta palabra, se describe el fenómeno del aprendizaje que se opera en el alumno, o sea en el desarrollo de conocimientos y de comportamientos relacionados con la Fe cristiana, que se manifiesten en su conducta. La Educación Cristiana debe impulsar y dar herramientas al creyente mismo para que pueda alcanzar su madurez espiritual. Indiscutiblemente, ella requiere de la participación consciente y activa del alumno en el proceso educativo, mediante la asimilación de los contenidos educativos, y la aplicación consecuente de los mismos a su vida personal. Este aspecto del proceso está relacionado con el otro significado original de la palabra Educación: el término latino ex ducere que significa “sacar de adentro”. Apunta a la incorporación personal de los contenidos educativos.

Octavo, INTEGRACIÓN. El creyente, introducido en el Cuerpo de Cristo, mediante el nuevo nacimiento, se va integrando al mismo, a través la comunión con los demás creyentes, y desarrolla la función que le corresponde dentro de la Iglesia, en beneficio de los demás, así como una identidad compartida que lo distingue de los que no son creyentes. La Educación Cristiana sistemática y asistemática se convierte en el proceso que permite dicha integración.

Noveno, INDIVIDUALIZACIÓN. Como complemento del proceso de integración, también la Educación Cristiana se constituye en un proceso de individualización. El creyente, introducido en la comunión cristiana, desarrolla su identidad personal, su individualidad, mediante la diaria experiencia personal con Jesucristo. Aunque comparte con sus hermanos una experiencia similar - la experiencia de salvación-, y una conducta general similar - la conducta cristiana-, desarrolla su propia vida espiritual basada en su personal contacto con Dios y en su personal vivencia de la Fe. Este proceso es importante para impedir esa especie de fenómeno de “clonación” espiritual, moral y de conducta tan característico de las sectas o de las tendencias legalistas, que siempre tratan de propiciar los pensamientos, actitudes, conductas y acciones uniformados.

Décimo, es un proceso en el que intervienen cuatro términos. Mientras que en la Educación, en sentido general, se puede hablar de un “trinomio” educativo (maestro – alumno – contenido), en la Educación Cristiana se introduce un cuarto elemento: el Espíritu Santo, iluminador y guiador a toda verdad, que opera directamente en los restantes términos: en el contenido, por cuanto el Espíritu de Dios es el inspirador de la Palabra, la cual constituye el contenido fundamental a ser transmitido y recibido en el proceso de educativo cristiano; en el maestro, porque es el que lo capacita para entender primeramente, y enseñar las verdades contenidas en la Biblia; en el alumno, por cuanto abre los ojos de su entendimiento para comprender la verdad de Dios, y da gracia para obedecerla.

Concluida la descripción, queda en el lector la tarea de hilvanar tales conceptos, para conformar el tejido de una definición integral de Educación Cristiana que marque, definitivamente, su actuación ministerial educativa.

Alba Llanes. (Rancho Cucamonga, CA: EDICI),
Junio-Julio/ 2007.

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