jueves, 22 de marzo de 2007

Traducciones de la Biblia. Primera Parte.

La primera traducción de la Biblia.

Allá por el año 250 antes del nacimiento de Jesucristo, gobernaba Egipto el rey Ptolomeo Filadelfo. Era la época en que florecía la cultura griega en la ciudad de Alejandría, y su vasta biblioteca se enriquecía con libros procedentes de los más recónditos territorios. El bibliotecario jefe, Demetrio de Falaro, convenció a Ptolomeo acerca de la necesidad de incluir, en el gigantesco archivo, los escritos sagrados de los judíos traducidos al idioma griego, la lengua internacional del momento. El rey, sin pérdida de tiempo, envió una comitiva al mando de Aristeo, oficial de la guardia real, para solicitar al sumo sacerdote Eleazar, que le enviara una copia de la Torah, así como a un grupo de sabios judíos, que pudieran realizar la traducción. Cuenta la antigua tradición que 72 sabios tradujeron, del hebreo al griego, en 72 días, todo lo que hoy conocemos como Antiguo Testamento, haciendo ver la luz, así, a la primera traducción de la Biblia, conocida con el nombre de Septuaginta o Versión de los Setenta (LXX).

Hoy se cree que el trabajo de traducción llevó mucho más tiempo, y que detalles de la historia anterior son más bien legendarios, pero lo importante es que la Septuaginta vio la luz entre los siglos II y III antes de Cristo, y que se convirtió en el texto bíblico más usado durante los siglos posteriores. El Señor Jesús y los apóstoles la utilizaron con frecuencia, de modo que las citas del Antiguo Testamento, que aparecen en los escritos del Nuevo Testamento, son sacadas directamente de la Versión de los Setenta.

La extensión del Cristianismo y las traducciones.

La respuesta a la Gran Comisión, dada por el Señor Jesucristo a sus discípulo,s dio como resultado, en los primeros siglos de la Era Cristiana, la expansión del Evangelio más allá aún de las fronteras del Imperio Romano. Pueblos considerados “bárbaros”, por no hablar las lenguas griega y latina, y poseer una cultura diferente a la grecorromana, fueron alcanzados por el mensaje cristiano. La necesidad de llevar la Palabra de Dios de manera comprensible a cada uno de ellos, dio como resultado una abundante y dinámica actividad de traducción de la Biblia a los idiomas vernáculos.

Durante el segundo siglo de la era cristiana, los cristianos se vieron en la necesidad de traducir la Biblia a varios idiomas, que tenían muchos hablantes convertidos al Evangelio: el arameo siríaco, el copto y el latín. El primero de estos idiomas se hablaba en Palestina y en la Mesopotamia, así como en ciertas regiones del Asia Menor. El copto era la lengua de Egipto, y el latín era hablado en todas las regiones occidentales del imperio romano, incluyendo el norte de África. Vieron la luz así traducciones muy antiguas de las que apenas quedan fragmentos. La más destacada fue la Ítala que dio lugar, posteriormente, a la Vulgata latina.

Otra de las primeras traducciones de la Biblia, en la era cristiana, fue al armenio. Esta lengua ha sido hablada, durante siglos, por un pueblo que habita la región de Armenia (hoy república), situada en Asia occidental, en las proximidades de los montes Ararat, donde encalló el arca de Noé, después del Diluvio. En el año 301, veinte años antes de que Constantino declarara al Cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, el reino de Armenia se declaró cristiano, gracias a la labor evangelizadora de Gregorio, llamado el Iluminador, y a la conversión masiva del rey Tirídates, de su corte y del pueblo. Fue, pues, la primera nación - estado cristiano del mundo. Unos años más tarde, Meshrop Mashtots tradujo la Biblia al idioma armenio. Para hacer esto, tuvo que crear un alfabeto para este idioma. Se dice que Meshrop también creó el alfabeto georgiano, permitiendo la traducción de la Palabra de Dios a un pueblo que habita la actual República de Georgia, entre el mar Negro y la cordillera del Cáucaso, en el Asia. Numerosos manuscritos de los siglos cuarto, quinto y sexto, atestiguan acerca de dicha labor.

El siglo cuarto, el siglo del triunfo del Cristianismo, se caracterizó entre otras cosas por una gran actividad misionera que dio como resultado la traducción de la Palabra de Dios a las regiones y pueblos alcanzados por el Evangelio. En 362 después de Cristo, los defectos de la versión Ítala, citada más arriba, llevaron a Dámaso I, obispo de Roma, a pedirle a Jerónimo, uno de los más grandes sabios y teólogos de la iglesia cristiana de los primeros siglos, que efectuara una nueva traducción. Producto de la labor de Jerónimo, surgió la Vulgata Latina que, con el tiempo, se convirtió en el texto oficial de la Iglesia Católico - Romana.

De ese siglo data también la traducción de la Biblia al gótico, un antiguo lenguaje que precedió cronológicamente al alemán, al inglés y a otros idiomas germánicos. Un obispo godo, llamado Ulfilas, llevó una forma de cristianismo parecida a la de los actuales Testigos de Jehová, a dos pueblos germánicos, los godos y los ostrogodos. Dada la necesidad de que los convertidos fueran doctrinados en la nueva fe, Ulfilas se vio en la necesidad de realizar una traducción de la Biblia al gótico, pero para ello debió primero crearle un alfabeto, o sea, una forma de escritura a dicho idioma. La traducción al ge’ez o etíope antiguo, se llevó a cabo también en el siglo IV.

Cerca del 735 después del nacimiento de Cristo, un monje inglés, conocido como Beda el Venerable, tradujo la Biblia al idioma anglosajón, que precedió en existencia al inglés. En el año 862, Cirilo y Metodio, dos monjes cristianos, llevaron el Evangelio a los eslavos, un conjunto de pueblos establecidos en el este de Europa que, con el tiempo, dieron lugar a los actuales rusos, búlgaros, ucranianos, serbios, croatas, checos, etc. Antes de partir hacia su territorio, Cirilo creó un alfabeto para la lengua eslava. Se le conoció con el nombre de glagolítico. De ese alfabeto, se derivó posteriormente el alfabético cirílico usado en la actualidad por idiomas como el ruso y el búlgaro. La Biblia fue traducida primeramente usando el glagolítico y, posteriormente, el cirílico. Durante el mismo siglo noveno, mientras las tribus árabes convertidas al islamismo barrían todo vestigio cristiano del Medio Oriente y el norte de África, la Biblia fue traducida al idioma árabe.

El triunfo del Papado y las traducciones de la Biblia.

Los siglos noveno y décimo fueron testigos del triunfo del Papado y la creciente consolidación del Catolicismo Romano en el continente europeo. Una de las consecuencias fue la implantación, salvo raras excepciones, del idioma latín como lengua litúrgica. Esto significó que todo el servicio religioso llevado a cabo, específicamente la misa, fuera realizado en ese idioma. De ese modo, la Vulgata fue la versión empleada para leer las porciones bíblicas. La consecuencia directa no se dejó esperar: el número de traducciones disminuyó.

No obstante algunas traducciones importantes fueron llevadas a cabo durante los siglos once al catorce. Justamente en el siglo XIII, en España, vivió Alfonso el Sabio, rey de Castilla y León. Fue un monarca amante de la cultura y el saber, que luchó por establecer definitivamente el idioma castellano y darle una forma literaria. Alfonso reunió a un sinnúmero de sabios cristianos, judíos y musulmanes con el fin de que realizaran traducciones de diferentes obras antiguas tanto al latín como a la lengua de Castilla. En 1280, ordenó que se efectuase una traducción de la Vulgata a dicha lengua, a la que conocemos hoy también como idioma español. Vio así la luz la llamada “Biblia Alfonsina”, considerada como “la primera versión completa de la Biblia en un idioma moderno”.

Estamos ya en el siglo catorce. Nos trasladamos a Inglaterra. Allí encontramos a Juan Wycliffe, teólogo inglés precursor de la Reforma protestante. Wycliffe enseñó en contra de la autoridad papal, de la transubstanciación (presencia real de Cristo en el pan y el vino de la comunión), la confesión auricular, predicó acerca de la salvación por la gracia de Dios, entre otras cosas. Su aporte más importante fue la defensa que hizo del derecho del pueblo inglés a leer la Biblia en su propio idioma y no en el latín, que no entendía. Para ello efectuó una traducción al idioma inglés, publicada después de su muerte, por sus seguidores, a quienes se les conocieron con el nombre de lolardos.

Algunas consideraciones finales.

El tema de las traducciones bíblicas no termina aquí. En el próximo número estaremos escribiendo sobre la actividad de traducción de las Escrituras, desde el siglo XV hasta nuestros días. Es una fascinante historia muchas veces marcada por la persecución y el martirio, que nos permitirá conocer otra etapa del largo camino mediante el cual la Palabra de Dios ha llegado a nuestras manos.



Publicado originalmente en la Revista Fe y Acción", órgano del Concilio Internacional "Una Cita Con Dios" y Misión Mundial Maranatha. Volumen 2. Número 1. Enero - abril, 2005, pp. 20, 21.

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