jueves, 22 de marzo de 2007

Breve crónica de una celebración infernal.

Cada año, se genera la controversia. Cada año, el tema reflota. Por algunas semanas previas al 31 de Octubre, se discute sobre una fiesta arraigada en la sociedad estadounidense. Nos referimos a Halloween. Es nuestro objetivo, en este artículo, describir brevemente el origen y evolución de una celebración nacida en las mismas profundidades del Infierno, y que hoy se nos quiere presentar, como tantas cosas, bajo un manto de simple celebración cultural. Es nuestra oración al Señor, que el lector sea tocado, ya sea cambiando su manera de pensar, si hasta el momento consideraba como inocente la fiesta de Halloween; o reafirme sus convicciones cristianas en cuanto a “no contaminarse”, con esas satánicas emanaciones del Infierno, tal y como la Biblia enseña.


La muerte en sus orígenes.

Se pierde en las brumas del pasado, el origen de esta festividad, asociada al culto a las poderosas fuerzas infernales y de la muerte, una festividad que originalmente fue celebrada por un pueblo a quienes griegos y romanos llamaron keltoi o celtas, y también galos y gálatas. Los celtas provenían originalmente de Asia, y comenzaron a asentarse y expandirse lentamente a través del continente europeo, en un período que va desde dos mil años hasta setecientos años antes del nacimiento de Cristo. Ellos creían en espíritus que animaban las cosas, en la reencarnación y en obscuros dioses de la guerra, la muerte y la fertilidad. Tenían cuatro grandes fiestas al año, una de las cuales se celebraba alrededor del inicio del año celta, el cual tenía lugar el día 1 de Samonis, correspondiente a nuestro 1 de Noviembre.

Las festividades comenzaban en la noche de lo que es nuestro 31 de Octubre cuando, según las creencias de estos pueblos, se consideraba que Samán o Samhain, dios de los difuntos, rey del mundo inferior y padre de los hombres, daba permiso a las almas de los muertos para que regresaran, por esa noche solamente, al mundo de los vivos. Estos muertos se acercaban a las casas, y presionaban a las personas para que les dieran alimentos. Si alguien se negaba, era víctima de las más terribles maldiciones y desgracias. De ahí se derivó la frase inglesa: “Trick or Treat” (“Truco o trato”), que podríamos traducir: “O me regalas algo o te hago una travesura”. Para celebrar este evento, grandes fogatas se encendían. Los druidas, o sacerdotes de más alto rango, sacrificaban diferentes tipos de animales, así como seres humanos. La gente se vestía con trajes hechos de cabezas y pieles de animales y, frente a la fogata, pedía que le fueran concedidos sus deseos. Los vates, rango de los sacerdotes célticos, realizaban ceremonias para conocer el futuro, examinando las entrañas y restos de animales y humanos sacrificados, los cuales eran degollados o quemados vivos. En esa noche y en el amanecer del primer día del año se llevaba a cabo, también, otro importante evento para los celtas: Samán, conocido también con el nombre de Teutatis, se unía matrimonialmente a Moririgani, la reina de los espectros, señora del mundo inferior y diosa de la guerra, quien transmitiría a su amado los secretos de las victorias que posteriormente los celtas tendrían en sus guerras.

En el primer siglo antes de la era cristiana, los romanos conquistaron a los celtas. El dominio romano sobre este pueblo duró unos cuatrocientos años, tiempo suficiente para que, a las prácticas y ritos de las festividades célticas, se agregaran la de otras fiestas romanas que se realizaban en la misma fecha, o que tenían el mismo tema de celebración . Efectivamente, el 31 de Octubre, en el calendario romano, se llevaban a cabo festividades en honor de Pomona, la diosa de las frutas, cuyo símbolo era una manzana. De ahí, posiblemente, provino la costumbre de usar manzanas y frutas en la actual celebración de Halloween. Otras dos fiestas eran Parentalia y Feralia que, aunque se celebraban originalmente el 13 y el 21 de Febrero, respectivamente, llegaron a asimilarse a las festividades célticas.

La “cristianización” del rito.

Cuando triunfó el Cristianismo, y fue establecido como religión oficial del Imperio Romano, comenzó un acelerado proceso de sincretismo o mezcla entre las doctrinas y prácticas cristianas, y las creencias y rituales paganos e idólatras. En el marco de estos acontecimientos que dieron lugar a la apostasía y al surgimiento del Catolicismo Romano, se produce un fuerte movimiento hacia celebraciones “cristianas” que recordaran a los muertos, y que sustituyeran a las similares festividades paganas, en la mentalidad y práctica popular.

En el siglo IV, la Iglesia de Siria consagró un día para celebrar a los mártires cristianos. Casi tres siglos más tarde, en el año 615, el papa Bonifacio IV, convirtió un panteón (templo) romano en un templo cristiano dedicado a “Todos los Santos”. Dicha fiesta, celebrada originalmente el 13 de Mayo, fue cambiada al 1º de Noviembre, en el año 741, por el papa Gregorio III. Ese día se llevó a cabo la dedicación de la Capilla de Todos los Santos, en la Basílica de San Pedro, en Roma. En el año 840, el Papa Gregorio IV ordenó que la Fiesta de “Todos los Santos” se celebrara en toda la “Cristiandad”. La noche del 31 de Octubre se convirtió en una fiesta de víspera de “Todos los Santos”, que pasó a conocerse como “All Hallow Even”, de donde se derivó la palabra “Halloween”. Finalmente, en el año 998, Odilón, abad de la Abadía de Cluny, en el sur de Francia - declarado posteriormente “santo” por la Iglesia Católico - Romana – estableció al 2 de Noviembre como el día para orar por las almas de los fieles que habían fallecido. Desde entonces, se le conoció como “el Día de los Fieles Difuntos”. El día 1 de Noviembre pasó a llamarse, en inglés, “All Hallow Day”.

Hacia los siglos XIV y XV, Europa fue azotada por el flagelo de la Peste Negra o Peste Bubónica. Se calcula que alrededor de la mitad de la población europea murió por la plaga. A la tradición religiosa mortuoria que hemos descrito, se sumó el espantoso miedo a la muerte, generado en la mentalidad de la gente de la época. Las misas por los muertos se multiplicaron durante las celebraciones del “Día de los Fieles Difuntos”. Los artistas de la época comenzaron a realizar representaciones de la muerte. Aparentemente fue en Francia donde surgieron, con cierto espíritu burlesco, las representaciones de lo que se ha conocido como “La Danza de la Muerte”, cuyas pinturas nos han llegado hasta nuestros días. El día 1, víspera de los “Fieles Difuntos”, las paredes de los cementerios se adornaban con cuadros que representaban a la muerte llevándose por igual a ricos y pobres, papas, clérigos y reyes y príncipes y simple gente del pueblo. También, en ese día, las personas comenzaron a representar teatralmente estas pinturas. Para esto, se disfrazaban de gente famosa, de niños, jóvenes, adultos, ancianos, y de la muerte misma. Los disfraces, entonces, volvieron a aparecer en las festividades mortuorias de los días 31, 1 y 2, entroncándose con la antigua tradición céltica de disfrazarse y usar máscaras en el Festival de Samán.

Durante esos obscuros siglos de la Edad Media, las antiguas creencias paganas y las apóstatas prácticas supuestamente cristianas, se vieron enriquecidas y “ennoblecidas” por las creencias y prácticas populares de los habitantes europeos medievales. Ellos creían que las hadas, lo mismo las buenas que las malas, se disfrazaban de pordioseros y acudían a las casas a pedir alimentos. Los que no les daban, recibían algún castigo; los que lo hacían, eran recompensados. Durante siglos, el Día de los Fieles Difuntos, los pobres y pordioseros acudían a las casas a pedir limosnas. En Escocia, ya en tiempos modernos, remedando quizás a los antiguos vates, los jóvenes comenzaron a reunirse para adivinar con quién se casarían. Años más tarde, en el marco de esas festividades, los niños comenzaron a salir disfrazados y a solicitar manzanas, dinero y otros objetos, a cambio de no hacer bromas. La antigua festividad pagana comenzaba a “humanizarse”, a adquirir una inocente apariencia de bondad.

Una calabaza mortífera.

Después del “Trick or Treat”, el elemento más sobresaliente de la fiesta de Halloween es el uso de las calabazas con una luz adentro. Aunque originalmente lo que usaron los celtas fueron nabos, - una especie de zanahoria -, posteriormente adoptaron calabazas huecas y cráneos, con una vela adentro, para adornar sus casas en honor a Samán. El trasladarse casa por casa con esas calabazas iluminadas, durante Halloween, es una práctica que se deriva de una leyenda céltica irlandesa, que cuenta que un hombre llamado Jack o “Jack – Linterna”, cuando murió, fue condenado a vagar por toda la tierra, porque era demasiado perezoso, jugador y avaro para entrar al cielo, y el diablo no lo quería en el infierno porque Jack le había jugado una broma pesada. Al verlo llorar su desgracia, el diablo le tiró un carbón encendido del infierno, que el hombre puso dentro de un nabo hueco (después, calabaza), y con el cual se alumbra, tratando de buscar el camino al descanso definitivo.

Lo que los celtas no soñaron... pero el diablo sí.

Faltaba que la celebración de Halloween cayera, cual semilla, en el fértil terreno de la comercialización norteamericana. Los inmigrantes irlandeses hicieron la primera parte: introdujeron la festividad a fines del siglo XIX, cuando llegaron en oleadas migratorias, a los Estados Unidos; los “mercadólogos” estadounidenses hicieron el resto. A partir de entonces, año tras año, el mercado “hallowenesco” ha alcanzado dimensiones multimillonarias. No sólo son las almas de los incautos las que terminan enlazadas espiritualmente por los demonios que operan detrás de Halloween; sus bolsillos también sufren pérdidas cuantiosas. Calaveras, máscaras diabólicas, cadenas, trajes de monstruos, vampiros y demonios, atuendos de brujas, las calabazas con expresiones terroríficas (aunque últimamente salen algunas sonrientes) llenan las cajuelas de los autos de millones de necios consumidores.
Y en la noche del 31 de Octubre, mientras niños y adultos disfrazados se divierten, aparentemente en forma inocente, satanistas y brujos de todo el mundo se reúnen para seguir rindiendo sacrificios, honra y gloria al verdadero Samán: a Satanás. Esa noche, niños andan por las callen, deambulando con sus calabazas iluminadas, y niños también son asesinados en los altares satanistas. Mientras, como denunciaba el profeta Isaías, “el Seol (Infierno) ensancha su interior, y sin medida extiende su boca”, dispuesto a recibir las almas de los convictos por idolatría y paganismo.

Alba Llanes. Los Ángeles, CA. 2005.

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