sábado, 1 de septiembre de 2007

La estirpe de Josafat


Hay decisiones que, aunque nacidas de un corazón noble y de una buena intención, pueden catalogarse no sólo de imprudentes o necias, sino aun de nefastas, debido a las consecuencias trágicas que han acarreado.

Josafat fue uno de los mejores reyes de Judá. De él se dice que “hizo lo recto ante los ojos de Jehová”, y que se dedicó a completar la obra de saneamiento espiritual y moral, que su padre, el rey Asa, había comenzado en el reino (1 Reyes 22:43-46). Sin embargo, Josafat adolecía de lo que parece haber sido su mayor defecto: una ingenuidad congénita que se añadía a su natural bondad, generosidad y solidaridad.

Aparentemente, uno de los grandes anhelos de Josafat era lograr la paz entre Judá e Israel. La larga rivalidad entre ambos reinos, había alcanzado aún el período de gobierno de su propio padre, Asa. Por lo que se puede observar, Josafat decidió cambiar la estrategia y sustituir el choque militar por la diplomacia, y la continua reclamación de territorios por una alianza política y comercial. El reino norteño de Israel había estado gozando de un período de paz y prosperidad que se había prolongado a través de los ocho últimos años del reinado de Omri, y durante el período de reinado de Acab. Pueblos de los alrededores habían pasado a ser vasallos de los reyes de Israel.

Los peligros de guerra contra otros estados estaban suficientemente conjurados. Era, pues, tiempo de que la paz se hiciera entre esas dos ramas desgajadas de un mismo tronco, que eran el reino sureño de Judá y el norteño de Israel. Quién sabe si también Josafat tuviera la intención de influir positivamente en la espiritualidad de la nación israelita, mediante un acercamiento a la casa real de Acab. Lo cierto es que la primera decisión que tomó Josafat fue la de establecer alianza matrimonial entre ambos linajes reales. Es así que se produce el matrimonio de Joram, hijo de Josafat, y de Atalía, hija de Acab y Jezabel, la princesa fenicia. Después de ello, una sucesión de malas decisiones llevan a Josafat a acompañar a Acab a la guerra. En la batalla final contra los sirios, Josafat estuvo a punto de morir y el propio Acab perdió la vida (1 Reyes 22:1-38). No escarmentado aún con todo esto, llegó a hacer alianza comercial con Ocozías, hijo de Acab, e inclusive llegó a preparar una gran flota de barcos, para ir a Tarsis, pero aún las naves se rompieron. Parece ser que, finalmente, Josafat recapacitó y se negó a proseguir junto a Ocozías en esta empresa (1 Reyes 22:48,49).

Sin embargo, el mal principal estaba ya hecho. La alianza matrimonial establecida con la casa de Acab trajo, de inmediato, dos consecuencias: primero, expuso a todo el reino de Judá a la influencia altamente idolátrica del nuevo culto a Baal, introducido por Jezabel en Israel
[1]; segundo, abrió la puerta para que la maldición efectuada sobre Acab y su descendencia, como producto del asesinato de Nabot (1 Reyes 21:19), se introdujera en la descendencia de Josafat, y se pusiera en peligro el linaje real davídico. A partir de ese momento, la muerte reinó soberana sobre los herederos de este rey que, siendo uno de los mejores de Judá, actuó conforme a sus ingenuos y necios criterios.

Este es el recuento de la estirpe de Josafat, afectada por los resultados de una necia decisión:

Joram, hijo de Josafat, asesinó a todos sus hermanos, hijos de Josafat, con el fin de que ninguno le disputara el trono (2 Crónicas 21:1-4). Este patrón de conducta parece haber sido tomado del consejo de su esposa Atalía, cuyo abuelo materno, Et-baal, rey de Tiro y de Sidón, había hecho exactamente lo mismo con sus propios hermanos. No es ilógico pensar que Atalía lo aconsejara malévolamente en este sentido, pues ella misma fue posteriormente una inicua consejera de su hijo el rey Ocozías (2 Crónicas 22:3). Como producto de esta malvada actuación, una nueva maldición cae sobre Joram y sus hijos (2 Crónicas 21:12-15).

Con excepción de Ocozías, también conocido como Joacaz, todos los hijos de Joram fueron asesinados por una banda armada de árabes, que también saqueó el palacio real y se llevó a las restantes mujeres de Joram. Sólo se salvaron Ocozías y su madre Atalía (2 Crónicas 21:17; 22:1).

Ocozías, su nieto, hijo de Joram y Atalía, resultó asesinado por Jehú (2 Reyes 9:27-29; 2 Crónicas 2: 7-9). Él había estado obrando impíamente, aconsejado por Atalía y por la familia de esta, posiblemente por su propia abuela Jezabel y sus tíos Ocozías y Joram, reyes de Israel (2 Crónicas 22:3,4).

Al morir Ocozías, su madre Atalía decidió exterminar toda la descendencia real de Judá. Mató a todos los hijos de Ocozías, que podían heredarle el trono. Sólo se salvó Joás, el más pequeño, protegido por su hermana Josabet, esposa de Joiada, el sumo sacerdote (2 Crónicas 22:10-12).

Los restantes biznietos de Josafat, hijos de los hijos de Joram que habían sido asesinados por los árabes, perdieron la vida a manos de Jehú que, en su campaña de exterminación de la casa de Acab, los encontró y los mató (2 Crónicas 22:8, comparar con 2 Reyes 10:12-14).

Zacarías, el hijo del sacerdote Joiada y de Josabet, que era, por su madre, nieto de Joram y biznieto de Josafat, resultó asesinado por su propio primo el rey Joás (2 Crónicas 24:20-22).

Joás, hijo de Ocozías, que se había salvado de la matanza de su abuela Atalía, terminó sus días de rey de Judá, asesinado por sus siervos (2 Crónicas 24:25-26).

El rey Amasías, hijo de Joás, tataranieto de Josafat y de Acab, tuvo el mismo fin que su padre.

La maldición sobre Acab y su descendencia alcanzó a la cuarta generación de Josafat (2 Crónicas 25:27-28). Sólo la misericordia de Dios y su pacto con Abraham y con David, preservó la posteridad de Josafat, de uno de los más contundentes y efectivos ataques de Satanás contra la línea mesiánica. Y ese ataque no vino de un rey impío, sino que fue propiciado, neciamente, por uno de los mejores reyes de Judá, que amó y temió a Dios, pero que cometió el error de dejarse llevar por su ingenua visión de la vida y de su responsabilidad personal.


[1] Aunque la práctica de adorar a los baalim era ya antigua en Canaán, y aún dentro de Israel y Judá, lo cierto es que la introducción del culto institucionalizado a Baal, en su forma de deidad fenicia, tuvo lugar en la época de Acab, gracias a la influencia de Jezabel.



Llanes, Alba. (Rancho Cucamonga, CA: EDICI), 2007

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