Su nombre en griego, Dorcas, significa lo mismo que el arameo Tabita: gacela. La única mención que se nos hace de esta mujer es en Hechos 9:36-43, y está relacionada con su muerte y el milagro de su resurrección, efectuado por el Señor, a través de Pedro. Su muerte había causado un tremendo impacto no sólo en la congregación a la que pertenecía, sino en la comunidad.
Es interesante observar que a la única mujer a la que se le llama “discípula”, en el Nuevo Testamento, es a Tabita. Esto no significa que las demás mujeres cristianas de la época no lo fueran. Los seguidores del Señor Jesús, fueran hombres o mujeres han sido y son discípulos del Maestro de los maestros. Sin embargo, el uso de la palabra aquí, para designarla, señala algo muy importante: ella no ostentaba cargo alguno dentro de la Iglesia. Ella no era “diaconisa” como Febe (Romanos 16:1), o colaboradora de algún apóstol como Priscila (Romanos 16:3). Posiblemente ella no era como Evodia y Síntique, que habían sido compañeras de milicia, del apóstol Pablo. Ella no era quizás como Trifena o Trifosa, o como Pérsida (Romanos 16:12) o como María (Romanos 16:6), de las cuales se dice que trabajaron en el Señor en gran manera. Ella no tenía cargos, ni puestos, ni jerarquía. Ella era una simple y sencilla “discípula” del Señor. Sin embargo, para ella, ser discípula significaba algo más que llevar una pasiva vida de mujer cristiana del siglo I de la Era cristiana.
Ser discípula significaba ir más allá de haber sido lavada con la sangre de Jesucristo, iba más allá de la diaria purificación de sus pecados, iba más allá de santificarse a diario para su Salvador y Señor. Para ella, ser discípula significó todo eso y más. Significó seguir fielmente el ejemplo de su Maestro, cumplir con los mandatos de su Maestro, y llevar a la práctica sus enseñanzas. Y es entonces que esta sencilla discípula de la congregación de Jope, en el primer siglo de la Era Cristiana, decidió dedicar su vida a desparramar amor a manos llenas, a dar de gracia lo que de gracia había recibido de su Maestro, a imitarlo a Él en el socorro a los necesitados, en la suplencia de las necesidades de los más débiles, de los desposeídos. Toda su vida fue un acto de amor continuo que tocó y aún toca multitud de vidas. Y ese acto de amor pudo ser posible porque un día, Dorcas o Tabita, voluntariamente, lavó su alma en la sangre de Cristo, fue redimida de sus pecados y entregó su vida al servicio del Divino Maestro.
Alba Llanes. (Rancho Cucamonga, California: EDICI) 2006
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