sábado, 31 de marzo de 2007

Lidia de Tiatira

La mención que se nos hace de Lidia, en el Nuevo Testamento, está en Hechos capítulo 16. En su segundo viaje misionero, el apóstol Pablo llegó a Filipos, capital de Macedonia, e inició su trabajo de evangelización. Un grupo de mujeres se juntaron para escucharlo. Entre ellas estaba Lidia, de la que se nos dice: primero, que era comerciante de púrpura; segundo, que procedía de la ciudad de Tiatira, en el Asia Menor; y, tercero, que adoraba a Dios.

El ser comerciante de púrpura, y el serlo en la ciudad de Filipos, le concedía a Lidia una posición económica y un rango social importante. Por una parte, a lo que se le denomina “púrpura”, era a uno de materiales más caros de la época. Se trataba de un tinte que los fenicios obtenían de un tipo de marisco llamado múrex. El líquido lechoso extraído de una glándula suya, expuesto al aire, adquiría un color púrpura de diferentes matices, que se usaba para teñir ciertos tipos de telas. El costo de producción era tan elevado que, definitivamente, se empleaba en tejidos destinados a personas sumamente ricas, mayormente pertenecientes a la realeza. Ser comerciante de púrpura implicaba que Lidia tenía el suficiente dinero para adquirir ese preciado producto que provenía de Fenicia, y que podía revenderlo a aquellos que se dedicaban a preparar telas caras para la aristocracia.


Por otra parte, el vivir en Filipos, y ser comerciante allí, la colocaba en una posición muy ventajosa. La ciudad de Filipos era la única, en todo el mundo grecorromano, en la que las mujeres gozaban de reconocimiento y hasta de libertad. En una cultura como la grecorromana, sobre todo la de origen griego, en la que la mujer estaba desvalorizada, Filipos brillaba por conceder un estatus diferente a sus habitantes femeninas. Mujeres de Filipos que, a lo largo de su historia, descollaron de diferentes maneras, llegaron a tener, inclusive, estatuas que las recordaron. De modo que, es muy probable que Lidia gozara de una muy buena reputación social en esa ciudad macedónica.


La frase “adoraba a Dios” parece indicar que, aunque muy probable fuera de origen gentil, ella se había convertido al judaísmo en algún momento de su vida, y había llegado a ser prosélita.


No obstante a su posición social y económica, y a su filiación religiosa de prosélita judía, al tener conocimiento del Evangelio de Jesucristo, mediante la predicación de Pablo, Lidia abrió su corazón al Señor Jesucristo. Ella permitió que Él la lavara en su sangre preciosa. El resultado fue inmediato: ella y toda su familia fueron bautizados y pasaron a formar parte de la Iglesia; en otras palabras, la salvación no sólo la alcanzó a ella, sino a los que conformaban su hogar. Por otra parte, ella se convirtió, inmediatamente, en sostenedora del ministerio de Pablo, al recibirlo a él y a su equipo misionero, en su casa. Aunque ella no es mencionada posteriormente, ni siquiera en la Epístola a los Filipenses[1], la huella de su generosidad, y de su apertura de corazón, marcó a la Iglesia de Filipos que se convirtió en sostén económico del apóstol, en la continuidad de su obra misionera (Filipenses 4:15-18).


Nota
[1] Se desconocen las razones de este silencio, pero posiblemente, o bien ella había muerto ya, o bien había regresado a Tiatira, o se había trasladado a otro lugar.

Alba Llanes. (Rancho Cucamonga, California: EDICI) 2006.

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