martes, 22 de abril de 2008

Héroes de la fe: Francisco G. Penzotti.

Colportor. Esta palabra ha desaparecido del vocabulario evangélico, desde hace décadas; pero aún a principios del siglo XX, era sinónimo de heroísmo y valentía, y eran muchos los muchachitos de familias evangélicas latinoamericanas que soñaban con serlo. Con ese término se designaba a un vendedor ambulante que viajaba de lugar en lugar, por campos y ciudades, de puerta en puerta, vendiendo Biblias y libros evangélicos. Ellos fueron los primeros misioneros que esparcieron la semilla del Evangelio en toda Latinoamérica.

La historia del colportaje está llena de héroes y mártires. De héroes como Diego Thompson que, en los primeros años del siglo XIX, viajó por los países recientemente independizados, llevando Biblias y estableciendo un novedoso sistema de educación, conocido como “lancasteriano”. De mártires como el italiano José Mongiardino que, en Bolivia, fue arrojado al fondo de un río, con una piedra atada al cuello; o como el inglés Lucas Matthews, que desapareció en Colombia sin dejar huellas. Entre todos ellos, se destaca uno. Fue conocido como “el viajero de Dios”, “el hombre de la dulce sonrisa” pero, sobre todo, como “EL COLPORTOR”. Estamos hablando de Francisco G. Penzotti.

Había nacido el 26 de septiembre de 1851, en la ciudad de Chiavenna, Italia. A la edad de 13 años, en 1864, se trasladó a Montevideo, Uruguay, donde se radicó y formó una familia compuesta por su esposa y ocho hijos. Once años después de su arribo a tierras sudamericanas, conoció al Señor, cuando le hicieron entrega de un Evangelio de Juan, en un salón de baile.

En 1879, fue llamado a pastorear una iglesia, y conoció a Andrés Milne, un representante de la Sociedad Bíblica Americana, que estaba en plena campaña para entregar, puerta por puerta, un ejemplar de la Biblia. Esta experiencia impactó a Penzotti de tal modo que la hizo suya. Durante los próximos 42 años de su vida, entregó personalmente 125.000 Biblias y, bajo su dirección, otros pusieron en manos de ávidos lectores algo más de dos millones de Biblias y Nuevos Testamentos.

Durante toda su vida, viajó por diversos países de Europa y América. Predicó tanto desde el púlpito, en iglesias donde le invitaban, como casa por casa, al entregar las Biblias. Los testimonios de almas salvadas, producto de su labor, se multiplicaron. Él mismo narra algunas experiencias:

"En 1908, cuando venía de América Central para Buenos Aires, con mi familia, pasando por Arica (Chile), en la costa del Pacífico, bajé a tierra. Una señora, demostrando gran interés, me llamó por mi nombre, diciéndome: "No se acuerda usted de mí?" Le contesté: "Perdone, señora, no la conozco". Ella continuó: "¿No recuerda que hace unos dieciocho años, usted predicó aquí y yo le compré una Biblia? En aquel tiempo le di mi corazón al Señor y soy hija de Él".

"...Un poco mas al sur -continúa-, en Antofagasta, al bajar a tierra se me acercó un cartero y me preguntó: "¿Es usted el señor Penzotti?" Le respondí afirmativamente, y me dijo que había una señora que tenía muchos deseos de verme y que, si quería, él me acompañaría hasta su casa. Fui con él y, al llegar a la vivienda, la señora se impresionó tanto que todo su cuerpo se estremecía. Y acercándoseme me dijo: "¿Cómo está señor Penzotti?" Le dije que no la recordaba. Entonces me contestó: "¿No recuerda cuando usted predicó en la oficina de Huara? Su texto era: "No os engañéis. Dios no puede ser burlado. Lo que el hombre sembrare, eso también segará". Esa noche experimenté una profunda impresión y le compré a usted un Nuevo Testamento. Tenía dieciocho años y era maestra de una pequeña escuela. Ahora estoy casada, tengo mi marido y cinco hijos. Mi deseo es conducirlos por el camino que usted me enseñó".

En Enero de 1890, en uno de sus viajes por el sur del Perú, fue apresado. Sus dos compañeros milagrosamente escaparon de ser apedreados. Fue llevado a prisión, donde permaneció 19 días, que aprovechó para predicarles a los presos. Fue sacado de allí por orden del Presidente de la Nación. Pero en Junio de ese mismo año, fue nuevamente arrestado, y encerrado en un calabozo del Castillo Real Felipe. Los presos lo acogieron con fervor. Él les sirvió de consuelo y ayuda espiritual, y les llevó la Palabra de Dios.

El pueblo se manifestó a favor de Penzotti. Los periódicos se ocuparon de el tema, y autoridades nacionales e internacionales alzaron su voz a favor de este Siervo de Dios que, entre otras cosas, fue acusado de “seducir a los presos”, porque intentaba regenerarlos mediante el Evangelio. Finalmente, sus abogados, ayudados por la presión de la opinión pública, lograron su libertad. Penzotti salió de la prisión, después de haber dejado presos convertidos a Cristo, en la misma.

Su encarcelamiento no hizo menguar su fe y entrega al Señor. Por el contrario, en los siguientes años siguió viajando incansablemente, por Sudamérica y luego por América Central, hasta que el 24 de Julio de 1925, partió para estar en la presencia del Señor, en la ciudad de Buenos Aires, República Argentina.

Alba Llanes. Publicado originalmente en la Revista "Fe y Acción", órgano del Concilio Internacional "Una Cita Con Dios" y Misión Mundial Maranatha. Volumen 1, Número 1, abril - junio, 2004, p. 18. (EDICI: Rancho Cucamonga, CA).

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