INTRODUCCIÓN
Existe una discusión dentro del Pueblo de Dios, en lo que respecta a las finanzas de la iglesia, el sostenimiento del ministerio cristiano y las responsabilidades de los creyentes al respecto.
Veamos algunas de las posiciones de los cristianos, con relación a este tema:
1o. Cristianos que no cumplen con la responsabilidad de dar porque hay falsos líderes que roban y hacen fraude. Lamentablemente, en este caso, pagan justos por pecadores y, sobre todo, la Obra de Dios se ve afectada.
2o. Cristianos que no cumplen su responsabilidad, porque sostienen que los líderes y pastores cristianos tienen que ser igual a los rabinos judíos que tenían y tienen su propio oficio, y vivían o viven del mismo. (No vamos a explayarnos en este punto, pero es bueno aclarar que, tanto en la Antigüedad como en la actualidad, los rabinos no siempre dependían o dependen de su oficio "secular", sino que recibían y reciben beneficios monetarios de su propia actividad rabínica).
3o. Cristianos que usan cualquier pretexto para no cumplir con sus responsabilidades. Por ejemplo, si el pastor de la iglesia tiene un buen trabajo secular.
4o. Cristianos que sostienen que particularmente el dar diezmos es una práctica de la Ley de Moisés, y que como los cristianos ya no estamos bajo la Ley, ya no tenemos que diezmar.
LA ENSEÑANZA BÍBLICA AL RESPECTO
En esta ocasión vamos a analizar qué es lo que enseña la Biblia sobre las actitudes que deben
tener los que ministran y los creyentes que son ministrados, qué es lo que ha establecido
Dios como fuente de sostenimiento financiero de la Iglesia, y cuál debe ser nuestra
actitud y acción como verdaderos creyentes.
1. Actitudes establecidas por Dios.
a. Para los que ministran
La actitud debe ser “dar de gracia lo que de gracia han recibido” (Mt. 10:8), más allá de lo que
puedan recibir, porque el Señor nunca dejará de recompensarlos (Col. 3:23,24; He. 6:10). No es
que no esperen lícitamente “recibir el fruto” y habiendo “sembrado en lo espiritual”, “segar”
también “en lo material” (1 Co. 9:10,11), sino que deben mirar eso material que reciben por su
trabajo espiritual, no como una “fuente de ganancia” sino de “sustento” (1 Ti. 6:6:5-8; 1 Pedro 5:2).
b. Para los ministrados
Deben comprender que, así como en el Antiguo Testamento el Señor estableció un sistema financiero para el sostenimiento de los sacerdotes y levitas, en el Nuevo Testamento, él reafirma el sostenimiento material de aquellos que, dejándolo todo, han dicho sí al servicio completo del Señor:
1 Corintios 9:13-14: “¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el Evangelio, que vivan del Evangelio”.
1 Timoteo 5:17, 18: “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario” (Comparar con 2 Co. 11:8,9).
Gálatas 6:6: “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye”.
2. Las fuentes del sostenimiento de la Obra de Dios.
a. Las ofrendas
Son donaciones voluntarias que provienen de “lo que cada uno propuso en su corazón” (2 Co. 9:7). El principio espiritual que debe regirlas es el de la generosidad (2 Co.9:6), que no se refiere a una gran cantidad de dinero en sí, sino a una cantidad espléndida en proporción con la situación financiera personal. La viuda dio de lo poco que tenía, lo mejor (Lc. 22:1-4). El apóstol Pablo escribió que, aún en su profunda pobreza, los hermanos de Macedonia habían dado con liberalidad para cooperar con otros hermanos y con el ministerio de Pablo (2 Co. 8:1-5).
b. Los diezmos
Como las ofrendas, el diezmo es una institución que proviene de los tiempos del Antiguo Testamento. Consiste en dar para la obra de Dios el diez por ciento de nuestros ingresos. Actualmente hay una corriente dentro de la iglesia que sostiene que el diezmar no es para esta época de gracia, porque pertenece a la Ley de Moisés que ya fue abrogada por Cristo. Veamos qué dice la Biblia al respecto:
1o. La práctica del diezmo proviene de mucho antes que Dios diera la Ley a Moisés y estableciera el Antiguo Pacto con el pueblo de Israel. Abraham dio sus diezmos a Melquisedec, sacerdote y rey de Jerusalén, cuando ni Moisés ni los israelitas soñaban todavía con existir (Gn. 14:18-20). El propio Jacob, nieto de Abraham, prometió al Señor darle sus diezmos (Gn. 28:22). El Nuevo Testamento nos enseña que Cristo es Sumo Sacerdote según el orden sacerdotal de Melquisedec, y es Rey de la Jerusalén celestial (He. 7:1-10). También enseña que nosotros somos, por la fe, hijos de Abraham (Gá. 3:7,29). De modo que, siguiendo el ejemplo de Abraham, damos los diezmos para Cristo, nuestro Rey y Sumo Sacerdote. Lo damos para él cuando lo entregamos para su Obra.
2o. Lo que hizo el Señor en la Ley de Moisés fue reafirmar el carácter mandatorio de una práctica establecida mucho antes (Lv. 27:30-32). En las nuevas circunstancias, el pueblo de Dios necesitaba personas que se dedicaran enteramente a la atención de sus necesidades espirituales. El Señor estableció que las diferentes ofrendas y las primicias traídas por los israelitas, para ofrecerlas en el santuario, serían de los sacerdotes (Nm. 18:8-19), y que el diezmo sería para los levitas que servían en el tabernáculo (Nm. 18:21-24). En su soberanía y providencia, Dios tenía previsto bendecir a cada israelita abundantemente tanto en lo espiritual como en lo material, de tal modo que el dar la décima parte de lo que recibirían, no sería gravoso para ellos, y regresaría a ellos mismos en la ministración espiritual que recibirían de parte de los ministros del Señor. Lamentablemente, la dureza de corazón, la rebeldía y el pecado de ambas partes, tanto del pueblo de Israel como de sus líderes derivó en un caos espiritual y material: por una parte, había israelitas que no contribuían a la obra de Dios, por tacañería y avaricia, mientras otros se habían cansado de que falsos profetas y sacerdotes sin escrúpulos los saquearan y hicieran mal uso de las ofrendas (Miq. 3:11; Mal. 1:6-8, 12-14); por otra parte, había levitas y sacerdotes llenos de necesidades porque no recibían el sustento establecido, y sacerdotes que enseñaban o encendían las lámparas del templo solo si recibían dinero (Mal. 1:10).
3o. No hay registro directo en el Nuevo Testamento de que el Señor Jesús abrogara la institución del diezmo, o que los apóstoles enseñaran su caducidad. Una de las pocas referencias neotestamentarias al diezmo, la hizo Jesús en relación con los fariseos. Él les reprochó, no que diezmaran sino que, en su dureza de corazón, hubieran antepuesto la observancia legalista de la Ley, incluyendo el acto de diezmar, a la actitud de misericordia y amor. Fue entonces cuando él dijo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mt. 23:23). Repitamos la última frase aquí, analizando a qué se refiere cada pronombre: “Esto” (o sea, “lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe”) “era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello (el diezmar)”. Algunos aducen que, cuando Jesús expresó estas palabras, todavía estaba bajo la Ley y el Antiguo Pacto, y que por lo tanto no tienen vigencia para nosotros, que estamos en el Nuevo Pacto, y no vivimos bajo la Ley. Sin embargo, los que sostienen tal cosa olvidan que: primero, tal y como hemos señalado más arriba, la institución del diezmo es anterior a la Ley de Moisés y al Antiguo Pacto; segundo, que aunque Jesús no había inaugurado con su muerte y resurrección el Nuevo Pacto, él estaba colocando los fundamento, echando las bases fundacionales del mismo, en su enseñanza y predicación. En ese caso, tampoco podríamos seguir ninguna de las enseñanzas de Jesús, dadas antes de su muerte y resurrección, ni podríamos participar de la Cena del Señor, puesto que su instauración se produjo antes de él ir al Calvario.
4o. El silencio posterior de los apóstoles respecto del diezmo, no es indicio de que haya sido eliminado. Como hemos visto, el apóstol Pablo apeló a las Escrituras del Antiguo Testamento para respaldar el sostenimiento del culto cristiano y de los ministros de la Palabra como práctica dentro de la Iglesia (1 Co. 9: 7-9,13-14). No hay razón alguna para pensar que se estaba olvidando del diezmo.
5o. El cristiano no debe ver el diezmo (como tampoco las ofrendas) como una imposición gravosa, sino como un medio de: (a) mostrar su fe en el Señor y su confianza en que Dios multiplicará el noventa por ciento restante, “mucho más abundante de lo que pedimos o entendemos” (Ef. 3:20; 2 Co. 9:8-11); (b) mostrar su obediencia a Jesucristo, que es su Señor y su Rey; (c) mostrar misericordia y amor, ya que ese diez por ciento bendecirá a otras personas que lo necesitan; (d) desatar bendiciones materiales y espirituales no sólo para sí mismo sino para otros (Mal. 3:10-11; Fil 4:15-19).
3. El destino de los recursos materiales dentro de la Obra de Dios.
Como creyente comprometido con la obra del Señor, debes, junto con los demás hermanos, no solo cooperar financieramente, sino colaborar responsablemente para que los recursos materiales y financieros sean usados convenientemente y con orden, para el sostenimiento de los ministros del Señor que se dedican a servirlo enteramente, a los esfuerzos evangelísticos y misioneros, a la adquisición de recursos que contribuyan a la edificación espiritual de la iglesia, a cubrir las necesidades materiales de la Obra de Dios, y a la ayuda social a los necesitados, tanto dentro como fuera de la iglesia (Gá. 6:10; He. 13:16).
2. En congregaciones pequeñas, el diezmo puede perfectamente ser usado para bendecir a los siervos de Dios que ejercen el ministerio pastoral. Pero cuando esa congregación crece, y los ingresos por diezmos y ofrendas empiezan a ser cuantiosos, debe ponerse un salario digno al pastor, como está escrito: "El obrero es digno de su salario". Y debe administrarse todo lo que entra para el beneficio de la Obra de Dios y la ayuda a misioneros y a necesitados.